SAN TARSICIO
Su
fiesta se celebra el 13 de Agosto.
Valeriano
era un emperador duro y sanguinario. Se había convencido de que los cristianos
eran los enemigos del Imperio y había que acabar con ellos. Los cristianos para
poder celebrar sus cultos se veían obligados a esconderse en las catacumbas o
cementerios romanos. Era frecuente la trágica escena de que mientras estaban
celebrando los cultos llegaban los soldados, los cogían de improviso, y, allí
mismo, sin más juicios, los decapitaban o les infligían otros martirios. Todos
confesaban la fe en nuestro Señor Jesucristo. El pequeño Tarsicio había
presenciado la ejecución del mismo Papa mientras celebraba la Eucaristía en una
de estas catacumbas. Esa imagen quedó grabada fuertemente en su alma de niño y
se decidió a seguir la suerte de los mayores cuando le tocase la hora, que
ojalá, decía él, fuera "ahora mismo".
Un día
estaban celebrando la Eucaristía en las Catacumbas de San Calixto. El Papa
Sixto se acuerda de los otros encarcelados que no tienen sacerdote y que por lo
mismo no pueden fortalecer su espíritu para la lucha que se avecina, si no
reciben el Cuerpo del Señor. Pero ¿quién será esa alma generosa que se ofrezca
para llevarles el Cuerpo del Señor? Son montones las manos que se alargan de
ancianos venerables, jóvenes fornidos y también manecitas de niños angelicales.
Todos están dispuestos a morir por Jesucristo y por sus hermanos.
Uno de
estos tiernos niños es Tarsicio. Ante tanta inocencia y ternura exclama lleno
de emoción el anciano Sixto: " ¿Tú también, hijo mío?"
Y le dice: ¿Y por qué no, Padre? Nadie sospechará de mis pocos años.
Ante tan intrépida fe, el anciano no duda. Toma con mano temblorosa las Sagradas formas y en un relicario, las coloca con gran devoción a la vez que las entrega al pequeño Tarsicio de apenas once años, con esta recomendación: "Cuídalas bien, hijo mío".
-"Descuide,
Padre, que antes pasarán por mi cadáver que nadie ose tocarlas".
Sale fervoroso y presto de las catacumbas y poco después se encuentra con unos niños de su edad que estaban jugando
Sale fervoroso y presto de las catacumbas y poco después se encuentra con unos niños de su edad que estaban jugando
-"Hola,
Tarsicio, juega con nosotros. Necesitamos un compañero".
- "No, no puedo. Otra vez será", dijo mientras apretaba sus manos con fervor sobre su pecho.
- "No, no puedo. Otra vez será", dijo mientras apretaba sus manos con fervor sobre su pecho.
Y uno
de aquellos mozalbetes exclama. "A ver, a ver. ¿Qué llevas ahí
escondido?"
Debe ser eso que los cristianos llaman "Los Misterios" e intentan verlo.
Lo derriban a tierra, poniendo en su pecho los mozalbetes sus piernas con el fin de hacer fuerza de palanca para abrirle sus bracitos y arrebatarle las Sagradas Formas, le tiran pedradas, y Tarsicio no solo puso resistencia sino que Dios hizo el milagro de que quedasen sus brazos herméticamente cerrados de forma que no pudieron abrírselos jamás (ni siquiera después de muerto) siguen dándole pedradas, y va derramando su sangre. Todo inútil. Ellos no se salen con la suya. Por nada del mundo permite que le roben aquellos Misterios a los que él ama más que a sí mismo...
Momentos
después pasa por allí Cuadrado, un fornido soldado que está en el período de
catecumenado y que por eso conoce a Tarsicio. Los niños huyen corriendo
mientras Tarsicio, llevado a hombros en agonía por Cuadrado, llega hasta las
Catacumbas de San Calixto en la Vía Appia. Al llegar, ya estaba muerto.
Desde
entonces, el frío mármol guarda aquellas sagradas reliquias sobre las que
escribió San Dámaso, "queriendo a San Tarsicio almas brutales de Cristo el
sacramento arrebatar, su tierna vida prefirió entregar, antes que los Misterios
celestiales"
SANTO DOMINGO SAVIO
Su fiesta se celebra el 6 de mayo
Nace en Riva de Chieri, Italia, en la humilde
casita de los esposos Carlos y Brígida, el 2 de abril de 1842. Al año siguiente
toda su familia se traslada a las colinas de Murialdo. Es un niño del pueblo,
nacido en una familia profundamente cristiana y joven, pobre y repetidamente
probada.
El 8 de abril de 1849 hace su Primera Comunión.
Muy temprano, vestido de fiesta, Domingo se dirige a la Iglesia parroquial de
Castelnuovo. Es el primero en entrar al templo y el último en salir. Aquel día
fue siempre memorable para él. Arrodillado al pie del altar, con las manos
juntas y con la mente y el corazón transportados al cielo, pronuncia los
propósitos que venía preparando desde hacía tiempo: "Propósitos que yo,
Domingo Savio, hice el año de 1849, a los siete años de edad, el día de mi
Primera Comunión:
1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada
Comunión siempre que el confesor me lo permita.
2. Quiero santificar los días de fiesta.
3. Mis amigos serán Jesús y María.
4. Antes morir que pecar”.
Estos recuerdos fueron la norma de todos sus actos
hasta el fin de su vida.
El 2 de octubre de 1854 conoce a Don Bosco. Este
santo sacerdote lo guiará por el camino de la santidad juvenil, convirtiéndose
en su padre, maestro y amigo. Lo lleva a estudiar a Turín. Tiene en ese momento
12 años y medio. Allí pasa su adolescencia, viviendo como pupilo con los
muchachos pobres que el mismo Don Bosco recoge en su Oratorio.
El 1 de marzo de 1857 su delicada salud se agrava.
El médico aconseja que vaya a su casa y allí se reponga. Al despedirse de Don
Bosco y de sus compañeros les dice: “Nos veremos en el paraíso”. Intuía que muy
pronto iba a morir.
Efectivamente, el 9 de marzo, postrado en la cama,
en un momento se incorpora y le dice a su papá que lo asiste: “Papá, ya es
hora”, y va repitiendo las oraciones de los moribundos que entre sollozos lee
el papá. Luego parece adormecerse. Pasados algunos minutos entreabre los ojos y
con voz clara y sonriente exclama: “Adiós, querido papá, adiós. ¡Oh, qué
hermosas cosas veo!”, y expira con las manos juntas sobre el pecho, tan
dulcemente que su padre cree que se adormece de nuevo. Tenía 14 años y 11 meses.
A los dos años de su muerte Don Bosco escribe un
librito narrando la vida de este su querido alumno. De los hechos allí narrados
son testigos todos sus compañeros; pero lo que no todos ellos conocen bien son
las grandes motivaciones de la fe que orientaron la vida de Domingo Savio, cosa
que sí conoce Don Bosco, ya que lo atendía en el sacramento de la Confesión y
en la dirección espiritual.
¡Adolescente santo, de sólo 15 años de edad! El
primero que a tan corta edad, sin ser mártir, fue declarado santo por el Papa
Pío XII el 12 de junio de 1954. En esa ocasión el mismo Papa dijo: “Con
admiración se descubren en él los maravillosos caminos de la gracia, y una
adhesión permanente y sin reservas a las cosas del cielo que su fe percibía con
rara intensidad”. Su antecesor el Papa Pío XI dijo de él: “Pequeño, mejor aún,
gran gigante del espíritu”.


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